Francisco Merino
Comunicación Integral
Oración. Es cuando el día y la noche se funden, ese momento mágico que buscan los fotógrafos para la imagen perfecta, el que persiguen los poetas para poner en él las emociones más puras; pero también es el instante en el que las historias ubican sus escenas cumbre, las de más suspenso, y muy en especial las que se cuentan en las chacras de mi tierra, a la luz de la mortecina tushpa, que aún no se aviva para calentar la cena y con el monótono fondo del clamor de los Cuyes, que esperan por las vainas de la tierna chaucha y corontas de choclo de lo que será el Shipashmute (frejol y maíz joven) de la cena de más tarde.Oración, en las narraciones de mi comadre Lucia, es cuando aparece el corcel que llega a llevarse a la Sabarbein, cuando el duende baja a Cuchacuella a tejer apretados nudos en los crines de los pobres caballos y mulos que por desgracia sus dueños dejaron a pastar cerca y aparecen inexplicablemente colgados de los árboles, colgados y relinchando, pero intactos; oración es también el momento en el que la Luna besa a la Tierra en un inacabable pero fugaz instante en el que todo puede suceder.Y allí estaba yo esa tarde, entre el barro; tratando de desenterrar las botas de jebe en cada paso que daba por la empinada pendiente del Camino Real que baja de Chiliquin a Vituya, justo en el tramo en el que las piedras desaparecieron, dejando paso a una serie de hoyos, increíblemente profundos que hacen las mulas a cada paso para asegurar el siguiente y así vencer la empinada cuesta que se prolonga por más de trescientos metros cerro arriba.
Allí estaba también el caballo negro que seguía mi paso al otro lado de la vieja pirca, sin dejar de relinchar retadoramente y de pronto, todas mis convicciones sobre el racionalismo y la lógica se replanteaban para dejar paso a la pregunta: ¿Y si de verdad existe el duende? ¿Será el alma del cacique Pantoja que custodia aún sus incontables tesoros y que ve en mí un potencial ladrón sacrílego al que espantar? ¿Y si de verdad el Shapingo de los cuentos de mi comadre es el caballo que galopa ida y vuelta al otro lado de la centenaria cerca de piedra que circula no sé qué? Porque aquí todo es Páramo, solo hay Ichu, solo hay lluvia, niebla, lluvia y soledad.Finalmente se acabó la bajada; de pronto el caballo se fue, llevando consigo su historia y el misterio de que hacía en medio de la nada, la lluvia, en plena puna y dejando bajo el trote de sus cascos más huecos en la impensable bajada. Bajó un poco la lluvia y luego de un puente (de seguro el último), de troncos con techo de paja, balanceándose y rechinando a cada paso que daba. Pero no, no se derrumbó, ni se desplomó conmigo y pude cruzarlo, con lo que se abrió frente a mí un sendero relativamente plano, pero muy angosto y resbaladizo, al borde de una falda empinada que me hizo probar el barro por lo menos tres veces. Y aunque no lo crean, la bajada también cansa, así que a pesar que la noche avanzaba y el riesgo de no ver absolutamente nada mas tarde, me senté.Y allí es cuando me puse a recordar, y a pensar; ¿por qué tanto interés de la Técnica de Chiliquin en que bajara de inmediato? y las imágenes de la mañana pasaron velozmente por mi cabeza: la madrugada en Chachapoyas buscando el paradero de mi pata el Shelico, que hace la ruta Chachapoyas – Alto Imaza en su poderosa Combi “Toyota hermano, Toyota tiene que ser, otra se acaba en un par de meses en esta ruta”
Y si que la ruta es brava, porque nos trae desde la apacible Chachapoyas y pasando por las praderas de Molinopampa sigue subiendo hasta coronar el abra, que luego te deja ver el increíble valle del Alto Imaza, con los meandros del río y los distritos de Quinjalca, Granada, Olleros, Asunción Goncha, Chiliquin, y que esconde en su curso centenarios pueblos españoles con enormes iglesias, historias increíbles, millonarias leyendas, restos arqueológicos impolutos, que estudia, conoce y difunde nuestro gran amigo y colega Manuel Cabañas López. Alto Imaza, que acuna las nacientes de la gran Gocta, pero que esconde también entre sus hermosos meandros y el frío de sus punas, una de las zonas con mayor, silenciosa, digna y absoluta pobreza de nuestro departamento.
Pero antes de eso, también está el llamado Camino Real, su ancha vía y sencillos pero sofisticados sistemas de drenaje, han permitido que esté casi intacto hasta ahora y que partiendo de Chachapoyas, cruza una gran variedad de climas y zonas geográficas, perfectamente dosificado para la caminata, cuenta con tambos que permiten el descanso de viajeros y que hasta ahora se pueden ver, Almirante, Pishcohuañuna, Bagazán, Taulía, Ventilla, Pucatambo, Yumbite y Visitador; que mi pata Felipe Chaski Varela, Felipe Varela Travesí, incansable caminante de las vías pedestres del antiguo Perú, lo recorriera, siguiendo las crónicas de Raymondi y Martínez de Compañón, solo para convencerse que el camino existía y era la vía ordinaria de comunicación entre el Chachapoyas colonial y el resto del mundo, especialmente Europa, vía Rioja, Moyobamba, Iquitos y el Amazonas. Dice el Chaski, sin embargo, que ese camino no es Real (español), ni siquiera Inca, sino que forma parte de la red vial de los Chachapoya, que quizá el imperio mejoró ….y que los españoles que no fueron constructores, simplemente lo encontraron hecho y lo usaron como vía de acceso al imaginario Dorado, sin encontrar más que la muerte en el camino de su ambicion. Y yo le creo.En el abra, aún más fría y con una ventisca húmeda que traspasa la ropa y que hace imposible tener la luna baja, puedes ver una parte de ese hermoso camino, “El Shelico” para de pronto y dice – mira, a ti que te gusta la historia, alli está el camino antiguo, si quieres toma una foto, y por sobre las quejas de los pasajeros me deja tomar unas fotos de las milenarias piedras y de la zanja que hicieron caminantes por siglos hasta dejar otra pequeña abra natural que deja ver al fondo solo mas niebla. Luego, unos minutos más allá, ya se divisan las caprichosas curvas del rio que atraviesa el valle del Alto Imaza, decir réplica es errado, Huayllabelén y el Alto Imaza son joyas de la naturaleza, que si bien parecidas son únicas en su belleza y riqueza tanto paisajística como en lo que encierra cada uno de sus valles.
Camino abajo, el Shelico sobre para y muestra – el Árbol de la Quina, aquí quedan algunos – dice – atrás queda Quinjalca, a la derecha Granada, allí está el Cerro Campanario, en días claros puedes ver Nueva Cajamarca, mas adelante Olleros y aquí está Clich, aquí te tienes que bajar compadre y caminas – sentencia y comienza a descargar el ataúd que trae encima en la parrilla, tres personas que esperan con una mula, lo ayudan a bajar y mientras amarran el féretro al animal, en el carro comentan los pasajeros: Es para un vecino de Chiliquin que murió ayer, envenenado; probablemente él mismo tomó el veneno, “mala muerte es”; y mientras los comentarios seguían, el carro arrancó y de pronto estaba yo en Clich, un cruce solitario en medio de la puna, frente a un camino resbaloso por el que ya desaparecían los tres deudos con el mulo y su fúnebre carga.
Entonces solo había una posibilidad de encontrar Chiliquín, alcanzarlos y continuar con ellos hasta el pueblo. Pero una cosa es decirlo y otra caminar por el angosto camino de herradura, bajo la lluvia insistente, a unos tres mil doscientos metros sobre el nivel del mar y con la previsora mochila con una muda de ropa (solo un polo), infaltables atunes, galletas, la cuchillita suiza (imitación nomas) y todo lo que la inexperiencia te hace prever; además de la bolsa de dormir, que no pesa mucho seca, pero que al cabo de una media hora de caminata bajo la persistente lluvia, absorbe más líquido de lo que puedas imaginar. Y allí iba, tras ellos; siempre una distancia muy respetable de por medio, no por que yo lo quisiera sino por que el paso de la gente del campo, en el campo; es imposible de seguir para un citadino acostumbrado a caminar sobre cemento. En el camino y a pesar de la prisa, llamaban la atención pintorescas casas de dos pisos con barandas y la ropa de toda la familia aireándose, puentes sobre quebradas pequeñas, un salar (manantial de agua salada), convenientemente señalizado, cuyo líquido secan durante días para obtener el condimento esencial. Y así, la ruta poco a poco se va haciendo mas agradable.
Ya más tarde, casi a la una, al fin Chiliquin. Uno de tantos pueblos rurales de la sierra de Amazonas; casas dispersas entre huertas pintorescas, unidas por caminos sinuosos, la infaltable e inmensa iglesia colonial y como siempre, ni un alma. Más allá el Centro de Salud, la técnica esperando y luego de media hora, el trabajo concluido. No hay mucho que hacer en Chiliquín, al 31 de diciembre de 2018, hace dos meses; existían 931 personas en el distrito: 229 menores y 702 mayores, la tasa de natalidad es de 3,2 % lo que nos dice que en promedio habrían nacido 32 personas durante el 2018 … en todo el distrito. Es aquí cuando empieza la historia, terminados los cuestionarios de datos que pide el SIS pregunto donde almorzar y me estrello con la triste respuesta que me dice que todos están en el velorio, también la señora que prepara almuerzos. Si – continúa – porque fue “muy mala muerte”, todos están “acompañando”; hubiera visto, pobrecito, yo lo atendí al señor; aquí en ese cuarto, el único que hay aquí para dormir, allí murió anoche y justo acaba de llegar el ataúd par que lo puedan velar, ya seguro mañana o pasado lo entierran.Y luego el consejo: Y por que no avanza usted, si tiene que volver mañana hasta Vituya, mejor baje de frente y ya mañana termina y regresa a Chachapoyas, porque carro para regresar hoy, ya no hay. Mas bien aproveche que ya esta bajando la lluvia, en dos horitas llega a Vituya, es Camino Real, ancho, seguro. No hay como se pierda, “porque para que duerma acá como pue, tibio está todavía lo que se murió el señor en esa cama”. Mas bien avance antes que vuelva la lluvia.
Y aquí me tienen, cinco horas después, luego de un descenso de más de mil metros por una ruta increíblemente inhóspita y agreste, sentado ya, largamente pasada la “Oración”; retomando el camino rumbo a un Vituya que no llega. De pronto el ruido de una chorrera y a unos pasos agua cristalina y fresca con una pileta de piedra que avisa que mas allá debe haber gente. Creo que fue el baño más agradable de mi vida, agua fresca aunque luego otra vez la ropa mojada y al fin Vituya, ya las ocho de la noche pero todo se pagó con el locro de frejoles y mote con pellejo de chancho (tres platos) y una tarima de cañabrava, que esa noche pareció un King Size y que me dejó dormir hasta las diez de la mañana. Ya el regreso muy sencillo, por suerte encontré a mi amigo de la infancia, Alfonso Cachay que era quién hacía el servicio de transporte en su combi desde Vituya hasta Chachapoyas, cuatro horas parando en la Casa de Pantoja (tema de otra historia) otra cordillera, Olmal y sus pinos, Churillo y sus restos, el Sonche, Rumishitana, la mágica piedra de los brujos, la Vaca Huishca y su historia y por fin, Chachapoyas.¿Que si me iría otra vez? creo que respondería como mi pata el Chaski cuando le dije que el camino por el que vino a pie desde Rioja, no era el correcto: ¿Tú no?